No basta reunir razones para permanecer aquí y agarrarse a ellas como si fuesen el único todo sobre el que sustentar los días y sus amarguras, alegrías o desalientos. Arrojo todos estos pensamientos tan frágiles lejos de mi mente, salgo a la calle despoblada, camino hacia en final de las aceras y descubro el mar, voy ya pisando la arena, un periódico desarbolado rueda impelido por el viento ábrego de la tarde, apenas el vagabundeo de un perro se dibuja a lo lejos, rigurosa muestra de un ser vivo. Sobre el agua y a pocas brazas de la orilla flota el balanceo de un tablón impecable, diría que maravilloso. Es sorprendente para mí. Ese trozo de madera resulta a mis ojos de una belleza y un valor parecidos al que una joya pudiera representar para otros. Despliega en mi imaginación un sinfín de abanicos que atesoran ese valor en esos días aciagos que nos atormentan porque no sabemos cómo llenarlos. Y sobra un tablón humilde flotando sobre el agua ondulante de este mar hoy sosegado, vehículo de toda aventura necesaria. Es formidable. Lo arrastra todo y lo mezcla, bate con fuerza descomunal y hace brotar toda clase de monstruos para nuestro deleite. Sólo hay que mirar más allá, doblegar esa incuria mezquina que procura ininterrumpidamente sumirnos en lo mortal. Doy mi retina a su caprichoso navegar, reescribo sin tregua los principios torpes y su irracional razón de ser para alcanzar sin precipitarme el hecho brutal y ansiado sin condiciones por todo ser humano que huya de la locura o al menos del tedio: la ocupación del tiempo. Esto como fórmula para salvarse de la existencia, de los días letales, de la estupidez de los hombres y de la búsqueda incesante del placer. No parece sencillo. Simular a veces sirve, como pudiera servir el placebo, la engañifa que nos sostiene mientras esperamos indefinidamente algo que, sabido de sobras es, nunca llegará. El vacío estalla por todas partes, la iniquidad es imperecedera, se renueva, depreda con tenacidad, derrota a la mayoría, no conoce la clemencia. Tanta complejidad devana los sesos. Se puede llegar a comprender la voracidad de los dictadores y las ansias de los genios, hasta la longevidad de los ignorantes, y, si apuramos, la maraña indescifrable de los procesos judiciales. Toda la inutilidad viene a proclamarse como insustituible, poco menos que necesaria para el desarrollo del devenir, con sus catástrofes naturales, guerras, devastaciones y enfermedades. Si el tablón es escupido pronto a tierra, lo recojo con mis manos ávidas y lo cargo jubiloso en los hombros hasta mi casa. Lo espero hasta el anochecer, sin fatigarme en esa espera. Es mi idea construir un banco con él, sentarme a leer o a meditar en los momentos en que me sea exigido ocupar el tiempo para salvarme de los naufragios sobre el delirio de su madera.