Cuando el cojo subió a su casa, arrojó el bastón con que fingía su falsa cojera, se descamisó de los románticos sentimientos que, a veces, son tan necesarios en el juego de la simulación y la seducción, y recordó. Él bajó del taxi y la vio acercarse. Apreció las curvas de su jugoso culo y le buscó los ojos con la mirada, en espera de algún mínimo gesto, una sonrisa oferente, una miaja de coquetería. Ella, sin embargo, sorbeteaba un helado y pasó por su lado sin apenas darle una mirada. Él se encogió de hombros y como era tarde y hacía frío y el apetito extemporáneo arreciaba, dejó para otra ocasión su plan de seducirla y se fue a casa, en la que bastantes trajines y preocupaciones tenía como para dedicarle a aquella desconocida un primer y muchísimo menos, un segundo pensamiento. Y se sentó a contemplar este cuadro de Klimt en una revista.
2 comentarios:
Es que Klimt es mucho Klimt!
un abrazo, Peristilo
Y que lo digas, que entre Klimt y Schiele puede uno adivinar gran parte del alma humana.
Abrazo.
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