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martes, 12 de junio de 2012

El psicólogo.


Era un camino interminable el que se ofrecía a mis ojos, a mis pies, a mis deseos y finalmente a mi imaginación, un camino cuyas orillas estaban sembradas de tesoros y cada tesoro escondía una aventura y cada aventura un principio en la larga vida de lo efímero, y así. Era mi infancia, a la que me remonto cada vez que me arden los deseos de  evocar la felicidad: todo lo que vino después es lo de ahora, este encierro, esta agonía de las horas y esta infinidad de etcéteras que parecen excavar tumbas  o precipitarse a los vacíos más inexplicables de forma ininterrumpida, tenaz, infatigable, occisa. Es un buen principio, dije, pero beba usted otro trago de cerveza, no vaya a secársele la garganta, que la noto encogida. Si de repente, dije, es decir, de forma repentina yo le ofreciera nuevamente su infancia, imagine, tengo poderes sobrenaturales, no piense que soy estúpido, es un juego, y le ofrezca de nuevo a sus ojos, a sus pies, a sus deseos y finalmente a su imaginación ese camino interminable, cuyas orillas guardan tesoros ocultos dentro de los cuales esperan aventuras que contienen principios de una efímera vastedad, y así, dígame, dígame que soy un ser enfermo, pero dígame también si aceptaría mi propuesta, al menos de una forma natural, dígamelo. Si se lo digo, me dijo tras un rato de desvíos silenciosos y ruidos de tripas, si hablo de una vez, si muevo mis labios mojados de cerveza, ¿conseguiré naturalmente algo? Dije, me temo que no. Dijo, es usted un enfermo, un paralítico que ha sido arrancado de su silla de ruedas y se halla expuesto a la más rotunda vulnerabilidad de los espacios, con sus aristas, sus desniveles, tumultos y obscuros depredadores acechando, jódase. ¿Entonces? Verá, mis últimos recuerdos sobre la libertad de la que gocé un tiempo son de esa misma época de mi vida, es decir, mi infancia y luego el desencadenamiento de mi adolescencia, algo atroz sin duda, pero yo ignoré esa atrocidad para preservar mi salud mental, y, de alguna manera, fortalecer mi espíritu, espíritu que estaba siendo perturbado por todos, la familia, los maestros de escuela, los vecinos, todos los personajes que te miran y que estando ya aniquilados anteriormente por todo ese mismo sistema sólo y únicamente pretenden de forma invariable y con una tenacidad mortal, incansable, aniquilarte a ti también, o al menos contribuir a tu destrucción como forma necesaria y elaborada de permanencia en la más cómoda estulticia humana. Beba usted cerveza ahora, reflexione mientras yo acudo al reservado para aliviar mi vejiga, maniobre de alguna manera, celebre incesantemente su invalidez, cúlpese, remánguese, yo me estoy meando. Lo sucedido posteriormente, un balbuceo de alguno de los dos, ni merece la pena ser relatado, pensaba mientras tomaba decisiones baladíes. Los dos, seres desvalidos que han llegado al desvalimiento por distintos caminos, pero que han logrado la misma y letal meta, él, su oficio de psicólogo y su desnutrición mental corroborada día tras días, y yo, este encierro del que me enorgullezco porque tiene lo que podríamos denominar "una intención", somos dos resultados idénticos.