Advierto, como si fuera la primera vez, que todo está relacionado con lo que alguien llamó la mordedura fatal del tiempo, y tal vez, de igual modo, con el a veces indeterminado espesor de las cosas, y lo advierto en el preciso momento en que, agachado, palmeo el suelo sucio y pegajoso de la estancia tratando de palpar el botón de la camisa que acaba de desprenderse de un puño. No sé qué camino habrá tomado, en esta poca luz cuesta descubrir los objetos, cuanto más éste, pequeño, fastidioso, y aunque sé con certeza que el guardia posee una vista prodigiosa, y sé además con la misma certeza infalible que a él la mordedura fatal del tiempo se la trae al pairo e incluso estoy convencido de que el espesor de las cosas le importa un pimiento, no le voy a pedir ayuda, porque sé, y he llegado a esta seguridad alucinante y ulterior, que estaría dispuesto a concedérmela, y hasta derrochando una benevolencia extremadamente arcana, y sin duda hallaría el botón y me lo mostraría jovial, dibujando una sonrisa en su aparatoso rostro de mercenario, una sonrisa que ha dejado de ser pueril para convertirse en estulta, sobre la palma de su mano, mano que tantos niños ha estrangulado, manchada de sangre, que ha experimentado el terror mientras se les escapaba el alma a sus víctimas, mano que ha simulado engaños, con la que ha comido y bebido y con la que cada día retira los restos de heces de su ano y luego se restriega los ojos, y más tarde, cuando la vejiga le aprieta, agarra su pene pringoso para dirigir el chorro de orín hacia cualquier muro de este establecimiento carcelario adoptando un gesto emaciado, asaz repulsivo, tanto que, en ocasiones que ha meado aquí mismo, he sentido la necesidad de que me devuelvan a la nada, o más allá de lo posible y sea honestamente concebible, así que no le voy a conceder ese pequeño placer altruista. Por lo que, en los próximos minutos, me dejaré morder por el tiempo mientras me afano solo en la búsqueda del útil botón puñetero, escaso de espesor, y de esa manera burlaré eso que, en ocasiones, e indebidamente, se llama tedio.
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