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sábado, 25 de diciembre de 2010

Un horrible vacío.


Eso me recuerda dónde estuve ayer, en casa de un campesino, que me contó que un tabernero, al que yo también conocía, había muerto de pronto, aunque podía preverse desde hacía un año, pero sin embargo, de pronto, tenía un pie totalmente podrido, y desde luego hubo mucha gente en su entierro, y uno de ellos, excarnicero y posadero, que había sido anteriormente oficial de carnicero pero tenía ya más de sesenta años, tuvo que llevar una cruz, de dos metros, enormemente pesada... siempre tienen, cuando llevan algo así, una especie de soporte de cuero, donde va metida la cruz. Y sólo hace falta sujetarla, pero no cargarla. Sin embargo, no encontraron el soporte y el hombre tuvo que llevar la cruz durante dos horas, y le pusieron encima además una corona, y entonces él se derrumbó y ahora estaba en cama, también listo. Ahora me acuerdo.

Bernhard dixit.


Cuando estamos a la búsqueda de la verdad sin saber cuál sea ésta, que no tiene de común con la realidad sino la verdad que no conocemos, estamos a la búsqueda del fracaso, de la muerte… de nuestro propio fracaso, de nuestra propia muerte, por lejos que se remonten nuestro pensamiento o nuestros sentimientos, o nuestra imaginación o por lejos que miremos hacia el porvenir, es la muerte, la ausencia de reposo o el reposo como fenómenos de debilidad, de fracaso… se trata de las ciencias, de las artes, de la naturaleza misma, marcas específicas de la muerte… Cuando hablamos de la vida y ponemos el dedo sobre ella, cuando nos ocupamos de la vida como de una decepción permanente de los conceptos de lo que es la naturaleza —nosotros, los elementos teatrales...— un análisis letal nos resulta imposible.

martes, 14 de diciembre de 2010

Y caí como un cuerpo muerto cae.


En este aislamiento, si me paro a pensar, puedo ser atrapado por una red de felicidad desconocida. Mantenerse puro a la fuerza, la fuerza es cada vez menos fuerte y me acabo uniendo a su esfuerzo, de tal manera, que ya no existe presión. En eso quiero entretener mis pensamientos. Intuyo que acaba de amanecer: ha muerto mucha gente esta noche, mientras dormía. Descubro que me han dejado sobre la mesilla un Dante, parte de la mitad del canto V infernal, y un escalofrío me ha recorrido la médula: han violado mis sueños estos envilecidos guardianes. Siento la punzada de un vómito. La Divina Comedia, el conocido, comentado canto V. Punto, infernal. Borges nos engañó, nos engaña cada vez con sus trazas de desvalimiento, de verbo endulzado desde lo obscuro. Éstos no saben que yo leí a Borges, como ignoran muchas más cosas sobre mí. Ignoran que sé que en el infierno dantesco cada pena es un meticuloso arancel de su pecado, que los castigos son tortuosos unos y otros sucios como el légamo. Dentro, hay una continua barahúnda de gemidos, de almas incorpóreas que se quejan por los tormentos que sufren sin término y sabedoras de que no hay esperanzas de ser oídas. No hay esperanza ninguna en ese lugar, ni siquiera la de contemplar a dios un día. Ésta tampoco la hay fuera, pero sin duda se mantiene una esperanza sobre la esperanza, quién sabe cómo se alimenta... Yo sé del infierno, donde grotescas figuras animales repugnantes te acechan hasta el horror. Miro el libro sobre la mesilla y veo un vendaval que gira violento arrastrando a los lujuriosos, así como en vida fueron arrastrados por la pasión. Oh, Dante, de entre este movimiento turbio reclama dos figuras, Paolo y Francesca, desterrados a esa eternidad sin dios ni otro anhelo inalcanzable a pesar del deseo, que sólo existen ya juntos, que penan sin separarse ya jamás. Y yo estoy solo, que estoy solo y no puedo quejarme, me pregunto. Tengo mi intrincada comedia propia, como un inmenso campo magnético donde lidian infinito número de fuerzas, indescifrable número. Cualquiera vida humana que quiera en ella zambullirse, será sin duda aniquilada, desgastada, engullida por su ciénaga. Todo conjetura, no hay forma de palpar la carne, disquisición ininterrumpida para desmenuzar los trasuntos, para anclar los cimientos, para llevarme a la mullida cama a la improbable seducida... Inventar, qué necesidad.