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viernes, 26 de junio de 2009

Los proyectos.


Dónde están mis proyectos, me digo, dónde, quién me los ha robado. Habrán sido teatro. Cualquiera sabe, los habrá roído el olvido o una capa de polvo los habrá ido cubriendo hasta sepultarlos. Eran teatro, esos proyectos. Ah, el teatro, el teatro es lo que uno pudiera ser y nunca se cumple, la posibilidad de una vida que apenas se alza durante dos horas. Nunca sabremos lo que no fuimos. El teatro de mis proyectos es como un espejo hondo que me iba conjugando y luego, más rápido de lo que en verdad yo hubiese querido, con un paño ensangrentado, todo muere... o al menos, fenece. Y hubiese tenido que poner más gesto, alzar más la voz, exagerar el beso, el gemido para que ese beso y ese gemido atravesara las tablas hasta las butacas en donde están los que clavan las miradas con asombro. Estos, mismamente, con su onerosa mancha extendiéndose implacable para sojuzgarme luego, están ahí atrincherados entre las sombras. Ya no me queda más que abandonarme al sueño y abrigar un despertar cualquiera con el rostro desbordado de arrugas: nadie iba a reparar en mí nunca más. En la impunidad de mi sueño, voy bajando pensativo hacia las rocas, soy una sucesión de exuberantes silencios, una cálida espuma umbrosa, una brisa que acaricia los árboles, un sonido que se inclina hacia lo áspero con una tibieza que no merece. ¿Dónde están mis proyectos? El viento se burla de mi grito, me trastoca el cabello, juega a confundirme alrededor. Veo el mar que un momento antes parecía manso o sólido y ahora se le ha encendido el celo tratando de vengarse agarrando una roca con poderosa lujuria. Muestra su lamer poderoso y me proclama: voy a erosionarte como sigas con esa idea estúpida de los proyectos. Y yo, hasta hace un minuto vibrando de insistencia, noto que se me han quedado las manos frías y la voz rota. Ahora lo veo todo claro. Ni era posible la germinación ni el crecimiento de ninguno de mis proyectos. Yo creo que sólo sé copular. Lo he sabido ahora, al comprobar que no estaban los proyectos, sólo las mentiras.

domingo, 7 de junio de 2009

El intento creativo.


Mientras hablaba no dejaba de vigilar el coche, le esperaban. Estaba en mitad de una respuesta, dubitativo. Ella quedó de espaldas a la puerta, con la melena rubia aún balanceándose en el aire después de haber volteado el rostro con aquella sonrisa descansada que no vio desvanecerse. Él, sin terminar de mirarla, había ya girado sobre sus pasos desatendiendo la otra mitad de la respuesta, que ella tampoco requirió, para observar el coche: con aquella levedad sin patetismos se habían despedido. Ella había quedado de espaldas a la puerta, con la costura detenida en el regazo, fijo el mirar contra la lucerna mientras se oía cerrar la puerta, los pasos cada vez más sordos o lejanos. Y luego iban quedando tras de sí los tres claveles en la mata aún no florecidos, el bidón oxidado, la nube con la forma de Pegaso huyendo sobre su cabeza. El transistor ronroneaba sobre una estantería. Cuatro meses en la tarea de soñar monstruos o inventarlos. Las nubes bajan una manea. Le habían entretenido el regreso. A los días se incorporaron otros que fueron formando meses y después años. Habían sucedido naufragios y costas escarpadas. Y mujeres con cuerpo de pesadilla y mujeres niñas y mujeres imposibles de las que no encontraba modo de escapar, en las que un ápice de olvido le fue largamente necesario. Y ahora volvía. Y ahora todo volvía. Antes, él extiende sobre la mesa un puñado de caracolas que se había traído, dijo, para prolongar algún instante de mar. Pero todo volvía a pesar de los años y del mar. Iba entrando en su pecho el olor de las macetas, iba él completando la lucerna con la ropa hecha jirones, con los pasos contrarios más cansados. Pero otra vez los tres capullos en la planta sin abrir, el bidón de herrumbre, los ruidos, la cerradura oxidada, la labor detenida en el mismo punto de su marcha sobre el regazo muerto. Alzó la vista, y era la nube de Pegaso que ya se desvanecía...

No puedo seguir, estos tratarán de mirarme con desprecio, y es lógico, qué grotesco este asunto: parece una mañana de carnaval transitando por una calle cubierta de cáscaras, secos vómitos, botellas vacías o quebradas en mil pedazos y vasos de plástico. Todos los disfraces rotos, un zapato de tacón... Tanta retórica desnutrida. Esto de escribir no parece tarea fácil, por más afán que uno le ponga. Parece deslavazado. Un zigzagueo. Una sorda hilera de posibilidades. No hay quien lo entienda. Me ratifico. Habrá que ir preñando los textos, o estos tipos que me observan con tanto e insidioso interés se van a mofar con gusto de los alumbramientos.