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miércoles, 7 de septiembre de 2011

La entrevista.

Mi nombre es Elpidia Menoos, comenzó a decir nada más estrecharme la mano, una mano suave y regordeta que aún no ha perdido la grasa infantil del todo, Soy vecina de esta localidad, y nos sentamos al mismo tiempo dispuestos a devorar el suculento desayuno, Aunque me autoproclamo ciudadana del mundo, no crea, mi objetivo es no permanecer nunca mucho tiempo en ningún sitio. La errancia es mi obsesión y mi forma de esquivar la idea única, no sé si me comprende, concluyó mirándome con unos ojos verdaderamente bonitos. Durante unos segundos hundimos la mirada sobre la pradera de la mesa, donde nuestros dedos se deslizaban con una precisión ubicua, avezados  sobre cucharillas, tazas, cafetera, mermeladas o aceiteras, y luego prosiguió, Acabé periodismo, una carrera fascinante, también competitiva y cruel, no hace ni seis meses. Me arrodillo en los bancos de las iglesias, pero no por los motivos que usted o cualquiera pudiera creer, no hay acto de contrición que valga en esa costumbre mía: tengo pensamientos impuros allí, y sonrió ahora, con una sonrisa verdaderamente bonita que dejaba ver unos dientes esculpidos por la ortodoncia, Y no creo, continuó, que eso vaya a ocasionarme mayores enredos con Dios. Hace dos inviernos perdí la virginidad, precisamente, con un acólito que no dejaba de observarme oculto tras el púlpito cada vez, ¿puede creérselo? (Dije que sí) Y luego me seguía por el peristilo, de columna en columna deleitándose en mi parte de atrás que, como tendrá ocasión de ver cuando me vaya, es, según me han advertido, muy sugerente. Fue una desfloración dulce, comparada con las de que tengo noticias, en la mismísima sacristía, señor. No volví a verlo, claro, supongo que huyó atormentado, víctima de alguna de esas crisis obscuras y profundas a que se ven abocados los que huyen de estas violentas y placenteras emociones... ¿Hablo demasiado? (Habla estupendamente; puede seguir, que yo ya engullo con satisfacción, le dije). Le imagino ahora cuajado de cicatrices en la espalda, producto del flagelo a que se habrá sometido con ese cilicio de que me habló luego tras correrse como un poseso... O habrá retomado su vida lejos de la opresión y austeridad imperdonables a que se deben estos hombres. Sin duda somos versiones imperfectas y mortales de una idea absurda sobre la perfección y la vida eterna, ¿no cree?, (Sí, contesté mientras atacaba el borde de la taza con delectación). Una pausa para  recapitular mientras masticamos y tragamos, menos mal, pensaba yo, yo, que tras estos gruesos barrotes apenas sé ya de qué van estas jóvenes desnortadas, y que nada más untar de mermelada la tostada fue a parar al suelo, la falta de costumbre, me consolé, pero, aun cayó con lo untado hacia abajo, la recogí y la devoré sin reparos, y luego, me espetó, ¿Por qué está usted aquí? Por fabricar una bomba, le dije. (Ya era hora, comenzaba la entrevista) ¿Y eso? Verá, señorita, nunca me motivó eso de amasar dinero, y la desesperanza se apoderó de mí, quedé embelesado de cierto romanticismo revolucionario, reviviscencias pueriles muy gratas, he de reconocer, seguí, y di un buche a la aceitera, groseramente, pero qué podía perder, y sé que la prensa divulga sólo con afán recaudatorio, infame si me apura, y despreciable, pero usted es bonita, sin haber contemplado su culo aún con atención, sé que es fenomenal, le dije, y tengo otras razones para sacrificar mi pensamiento, créame, es fácil dar razones que no son verdaderas, y luego nunca pasa nada. Guardé silencio, y esperé a sus preguntas mientras me fijaba en su pelo, verdaderamente bonito, joder, es que estas periodistas son bonitas o el fracaso lo tienen asegurado. Guardé silencio yo, como un nodo sobre la silla, el estómago ahíto ya, y unos deseos impropios de afeitarme la barba. Y ella, devorándome con esos ojos, la taza asida con ambas manos tan hermosas, proclamando su osadía, presta a deshacerse de esas mallas que la oprimían, las mejillas tomadas por el arrebol de quien se ve descubierto el pensamiento.

martes, 6 de septiembre de 2011

La visita.

Si estoy en lo cierto, hoy es viernes, y los viernes, para mí, no tienen nada de especial, ni de trágico, ni de simbología en los espacios de mi recuerdo, tan difuminados ya. Resulta que el lunes -uno de esos lunes desprovistos de todo, igualmente, calcado al domingo que le precedió y a este viernes que a duras penas subyace- pasado, digo, alguien deseaba verme, hablar conmigo, proponerme algo. Me lo comunicó el jefe de la guardia permanente e inquebrantable, y también tozuda, que me custodia día, noche y madrugada. Me dijo algo así como, Una persona del exterior quiere entrevistarse contigo. Tiene los permisos, y se me quedó mirando la cara de estupefacto. A estas horas, ni siquiera la leche y el pan agrio reposaban en el rincón. Dijo más, Si accedes, habrá desayuno especial, café con leche, tostadas, mermelada y aceite virgen extra. Sonaba impecable. Y comoquiera que el centurión éste no me veía salir de mi asombro, concluyó, Es periodista, dice, y por cortesía no hay que hacer esperar demasiado, decide en un minuto. Tengo entendido que esa especie actual, muy evolucionada, y para mal, dondequiera que aparece, hace aflorar la mugre, lo deja luego todo empercudido y si no quedan satisfechos, algunos cadáveres. Pero, qué puedo perder yo si ya gano un desayuno en condiciones... Así que di al cancerbero la aquiescencia y me fui a mear y a lavarme la cara. Tras lo cual, me aquieté sobre la silla aguardando la visita. Toma ya. Será un lunes memorable. Pensaba. No puedo decir que me entusiasmara la idea, pero al menos me sacaba de esta implacable monotonía sinsísifa. A ver la contextura de este sujeto. Enseguida entró un tropel de dos empleados imberbes y, por supuesto, de una estulticia inimaginable, portando uno una mesa playera muy mona, blanca, y otro, con gran cuidado, una enorme bandeja repleta de  todo lo necesario para satisfacer el desayuno prometido para dos. Nada más salir volvieron a entrar con dos sillas de plástico parejas y a juego con la mesa playera. Estaba todo estudiado, carajo, qué coordinación y ejecución tan limpias. Por fin, el jefe de la guardia inquebrantable y tozuda, más tieso que el palo de una escoba, extendió una mano hacia la celda y en dirección a mi humilde y aparentemente entera persona diciendo, Nuestro famoso reo, señorita. Todo suyo por no más de dos horas. Y se fue, como de costumbre, tras el portazo.