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martes, 6 de septiembre de 2011

La visita.

Si estoy en lo cierto, hoy es viernes, y los viernes, para mí, no tienen nada de especial, ni de trágico, ni de simbología en los espacios de mi recuerdo, tan difuminados ya. Resulta que el lunes -uno de esos lunes desprovistos de todo, igualmente, calcado al domingo que le precedió y a este viernes que a duras penas subyace- pasado, digo, alguien deseaba verme, hablar conmigo, proponerme algo. Me lo comunicó el jefe de la guardia permanente e inquebrantable, y también tozuda, que me custodia día, noche y madrugada. Me dijo algo así como, Una persona del exterior quiere entrevistarse contigo. Tiene los permisos, y se me quedó mirando la cara de estupefacto. A estas horas, ni siquiera la leche y el pan agrio reposaban en el rincón. Dijo más, Si accedes, habrá desayuno especial, café con leche, tostadas, mermelada y aceite virgen extra. Sonaba impecable. Y comoquiera que el centurión éste no me veía salir de mi asombro, concluyó, Es periodista, dice, y por cortesía no hay que hacer esperar demasiado, decide en un minuto. Tengo entendido que esa especie actual, muy evolucionada, y para mal, dondequiera que aparece, hace aflorar la mugre, lo deja luego todo empercudido y si no quedan satisfechos, algunos cadáveres. Pero, qué puedo perder yo si ya gano un desayuno en condiciones... Así que di al cancerbero la aquiescencia y me fui a mear y a lavarme la cara. Tras lo cual, me aquieté sobre la silla aguardando la visita. Toma ya. Será un lunes memorable. Pensaba. No puedo decir que me entusiasmara la idea, pero al menos me sacaba de esta implacable monotonía sinsísifa. A ver la contextura de este sujeto. Enseguida entró un tropel de dos empleados imberbes y, por supuesto, de una estulticia inimaginable, portando uno una mesa playera muy mona, blanca, y otro, con gran cuidado, una enorme bandeja repleta de  todo lo necesario para satisfacer el desayuno prometido para dos. Nada más salir volvieron a entrar con dos sillas de plástico parejas y a juego con la mesa playera. Estaba todo estudiado, carajo, qué coordinación y ejecución tan limpias. Por fin, el jefe de la guardia inquebrantable y tozuda, más tieso que el palo de una escoba, extendió una mano hacia la celda y en dirección a mi humilde y aparentemente entera persona diciendo, Nuestro famoso reo, señorita. Todo suyo por no más de dos horas. Y se fue, como de costumbre, tras el portazo.

2 comentarios:

Mª Teresa Martín González dijo...

Me encanta. Como siempre eliges palabras que me encanta. Me hubiese gustado saber el contenido de la entrevista y si el desayuno estuvo a la altura. Un saludo.

Malgastar esfuerzos dijo...

Gracias. No lo había pensado, pero tal vez realice esa expedición a través de las arenas de una entrevista o tal vez sea el mismo reo quien la cuente a su modo, ya sabes... Próximamente, en esta sala.
Cordiales saludos.