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jueves, 14 de mayo de 2009

El presente.


Tengo que pensar que mi futuro está siendo devorado de forma incesante por el presente. Éstos me vigilan con saña y comprendo por eso que el tiempo que está por venir no va a resultar muy halagüeño. De esta forma se vuelve fácil concluir que es lo que nunca se intenta lo que no tiene ni un atisbo de posibilidad de suceder. No es temeridad ni ligereza lo mío. He decidido probar a saltar, he decidido apostar por un caballo, con el pecho descubierto, con la ilusión que supone el no saber. Desde este momento, sabiendo como sé que soy vigilado, que estos que me escudriñan noche y día no velan precisamente por mi seguridad, sino que tratan en todo momento de especular para hacerme el mayor daño posible, y lo consiguen, para estudiar mis reacciones, digo, desde este momento estoy dispuesto a anegarme de presente para apurarlo hasta secarlo, para alumbrarlo nítido e intacto, para escabullirme de la angustia que supone ese tiempo inexistente en el que no sabemos ni por asomo qué va a pasar. Que se concreten las sombras aunque sean temibles, que me asusten, pero que me nazca una emoción al contemplarlas y con ello esa burla histriónica poblada de sonrisas. Que se jodan. La muerte no es nada comparada con la angustia. Estos seres envilecidos son desgraciados, lo sé. Si quisiera, les tendría lástima. Pero no puedo perder el tiempo. Yo no uso trampas ni señuelos: hundiré los dedos en la incertidumbre hasta que sienta el daño. Viviré con esa fiebre o impaciencia que sufren los presos los días anteriores a la libertad todo el tiempo que me queda, con esa incontinente necesidad de notificar con rayas en los muros el silencioso avance del cumplimiento del plazo, plazo el mío inacabable. Cada mañana miraré las puertas selladas, las paredes, los barrotes, todo lo que me rodea e impide que mi presente sea alborozo con el desdén propio del que ya se sabe definitivamente a salvo, vencedor: no podréis conmigo. Cada día haré las maletas, lustraré hasta el desánimo los zapatos, concederé a mis ojos una mirada implacable, escarbaré el ruido lejano de unos niños jugando. Cierro los ojos, camino por la playa en una sucesión de exuberantes silencios, una cálida espuma umbrosa me rodea y acaricia los pies... Eso es el presente, el certero tránsito que irá resquebrajando el futuro para hacerlo más presente, el ruido de tanta hora superpuesta. Así inquiero a mudas fuerzas para que sostengan el aire, y concibo a los furibundos diocesillos que, con aviesas sonrisas, me deleitarán con sus maldades. A joderse, torvos seres que me esculcáis de la manera más inicua. No tengo futuro.

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