
Dónde están mis proyectos, me digo, dónde, quién me los ha robado. Habrán sido teatro. Cualquiera sabe, los habrá roído el olvido o una capa de polvo los habrá ido cubriendo hasta sepultarlos. Eran teatro, esos proyectos. Ah, el teatro, el teatro es lo que uno pudiera ser y nunca se cumple, la posibilidad de una vida que apenas se alza durante dos horas. Nunca sabremos lo que no fuimos. El teatro de mis proyectos es como un espejo hondo que me iba conjugando y luego, más rápido de lo que en verdad yo hubiese querido, con un paño ensangrentado, todo muere... o al menos, fenece. Y hubiese tenido que poner más gesto, alzar más la voz, exagerar el beso, el gemido para que ese beso y ese gemido atravesara las tablas hasta las butacas en donde están los que clavan las miradas con asombro. Estos, mismamente, con su onerosa mancha extendiéndose implacable para sojuzgarme luego, están ahí atrincherados entre las sombras. Ya no me queda más que abandonarme al sueño y abrigar un despertar cualquiera con el rostro desbordado de arrugas: nadie iba a reparar en mí nunca más. En la impunidad de mi sueño, voy bajando pensativo hacia las rocas, soy una sucesión de exuberantes silencios, una cálida espuma umbrosa, una brisa que acaricia los árboles, un sonido que se inclina hacia lo áspero con una tibieza que no merece. ¿Dónde están mis proyectos? El viento se burla de mi grito, me trastoca el cabello, juega a confundirme alrededor. Veo el mar que un momento antes parecía manso o sólido y ahora se le ha encendido el celo tratando de vengarse agarrando una roca con poderosa lujuria. Muestra su lamer poderoso y me proclama: voy a erosionarte como sigas con esa idea estúpida de los proyectos. Y yo, hasta hace un minuto vibrando de insistencia, noto que se me han quedado las manos frías y la voz rota. Ahora lo veo todo claro. Ni era posible la germinación ni el crecimiento de ninguno de mis proyectos. Yo creo que sólo sé copular. Lo he sabido ahora, al comprobar que no estaban los proyectos, sólo las mentiras.