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miércoles, 9 de febrero de 2011

La amistad.


Mientras dormía enredado en mis barbas fluviales me ha sobresaltado un jaleo de advertencias, insultos, forcejeos y finalmente un portazo parecido a un rebumbio. Un silencio incierto luego, una porción de territorio salvado, podría imaginarse, usos de la vida, reflexiono. Alguien ha quedado detrás de la puerta de la celda contigua, y me temo que no ha pedido hospedaje voluntariamente: he reconocido a uno de los guardianes de este singular establecimiento, justo el que no ha hablado, por su sobrecogedora respiración, entre aérea y subterránea. Sin duda el otro es el del bigote nietzscheano, siempre van emparejados, y es el que suele agraciar a los reos con vituperios y manotazos. Juntos han arrojado a mi nuevo vecino a la obscuridad sucia y húmeda de la maloliente estancia por al menos dos decenas de días de olvido del mundo. Es la pena mínima. En cuanto tenga ocasión trabaré amistad con él para fortalecerle el ánimo, en las horas de recreo, sin ser indiscreto, antes de ser deslustrados por las sombras del ocio o la desesperación, antes de que una amalgama de cansancio y fastidio consecuencia de la inmovilidad a que nos someten aquí melle su carácter. He de ser astuto, evitar las profundidades abisales de estos parajes plagados de insidias. Lo convertiré en mi amigo, en mi confidente, un lujo, una esperanza en la sencillez, pienso empalidecido ya ante el repentino futuro que urdo. Espero que no sea feo, especialmente desagradable a la vista, ni su aliento expela rayos hediondos, tampoco que sea víctima de algún tic que me haga incómoda su presencia, ni sea un desertor ni un perdedor de los que anduvieron tentando las últimas migajas de su suerte... Si nada de eso se cumple, ansiaré que su plática sea fluida e inteligente y al mismo tiempo coincida o al menos sea afín a mis cuitas existenciales, y, finalmente, que no contenga su alma grumos de esos elementos perniciosos y contaminantes que dejan la traición, la deslealtad, la mezquindad, etcétera, propios de aquellos bucaneros insolidarios, perros de mar, cubiertos de desorden, restos de filibusteros que abandonaron útiles mercaderías, pólvoras mojadas y banderas negras entre la arena y las algas sin vida. Ah, y que la cuota de estupidez sea la indispensable, la justa para despojarla en el intercambio de amistad que preveo mientras me froto ya las manos.

3 comentarios:

Valle dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Malgastar esfuerzos dijo...

Ah, has conseguido ocultar esa risa desternillante y ya extemporánea... Te felicito, V.

F.

Anónimo dijo...

"Sólo los tontos tienen muchas amistades. El mayor número de amigos marca el grado máximo en el dinamómetro de la estupidez."
(Pío Baroja)