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lunes, 7 de mayo de 2012

Sorpresa.




Como llevo unos días algo revoltoso, como envuelto en una irascible enjundia, metiendo fajina cada vez que oigo pasos al otro lado de la simbólica puerta metálica, digo, este amanecer me han introducido por la trampilla una resma de libros, supongo que para que me sirva de emoliente, estos cabrones habrán usado esta expresión con toda certeza, con la idea de encandilarme de tal forma que encuentre el sosiego a la hora del aperitivo. Los tomos, unos pequeños y manejeros y otros gruesos y pesados, se han esparcido por el suelo mugriento de la estancia en las más variadas posiciones, algunas grotescas, otras estéticamente apesadumbradas, en todo caso, un resultado propio del azar, y por azar escogí el librito peor parado, abierto contra el piso sucio, las hojas expuestas a dobleces dolorosas, y lo consolé entre mis manos tibias. Tras las caricias lo abrí, arrojé un cálido vaho sobre su interior, por la página 69 De modo que pude jugar con calma a pronósticos y adivinaciones, preocuparme seriamente por sus defectos, calcular sus años, su bondad. "Estaría más cómodo si la odiara", pensaba, Leí al principio de la página, y luego sonrisas tras el humo del cigarrillo, el descubrir la manera de no ser nada, Yo era minúsculo, sin significado, muerto. Vaya, acaban de describirme y eso que este tipo, el que ha escrito esto, no me conoce de nada.

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