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lunes, 9 de abril de 2012

La puerta abierta.



Hace ya unos días, al despertarme, vi la puerta de mi celda abierta, entornada que se diría, en conclusión, no cerrada, entonces pensé, de inmediato, el guardián está dentro, husmeando en alguna esquina tras mi nuca, esculcando en  mis papeles dispuestos de forma anárquica sobre el burdo  escritorio, o tal vez debajo de la cama, a saber qué perversión llevando a cabo, o flotando mágicamente en el ángulo muerto de la estancia, pensé todo eso en un tris y un tris después comprobé que nada de eso era, joder, qué cosa es esa de estar la puerta metálica y horrenda sin cerrar, la puerta por donde entran las cosas del mundo que entran aquí, como el pan y la leche agria que me sirven de alimento, y por la que salen algunos de mis desperdicios más comunes, el vano único por el que podría intentar una evasión más que improbable porque me faltan energías y ganas, ciertamente, el mundo no me gusta y sospecho que yo, a estas alturas, tampoco le gusto al mundo, y encima eso ha sido así siempre, desde que hubo un principio en que empecé a razonar estas cosas de la existencia y la cosa de las relaciones humanas, ineludibles por otro lado. Eso. Ignoro qué estrategia fue. Porque eso fue hace unos días, como dije, y lo cuento ahora, días después, por lo que, es evidente, han pasado cosas que no sé si expresarlas o callármelas como un cuco.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Las puertas han de permanecer cerradas; filtrar, a veces, minimiza los impactos.
Aunque el riesgo de poder alegrar el alma también existe.

Voira.

Malgastar esfuerzos dijo...

Hay, amiga Vo, por lo menos dos motivos por los que una puerta permanece cerrada, a saber, una, para que no se escape el gato; dos, para que no entre el gato. Dicho esto, se puede uno extender en numerosas más, pero sería una pérdida de tiempo, pues no es un asunto muy atractivo para mi clase de literatura, una literatura hermética y muy alejada de los convencionalismos actuales o pasados. Aunque, eso sí, un poco de luz siempre alegra, al menos mínimamente.

Mª Teresa Martín González dijo...

Quizás uno desea que se abra la puerta, y se abra y abra, hasta que una vez, por sorpresa, se la encuentra uno de par en par. Entonces uno se mantiene entre las sábanas, esperando, esperando, a que se vuelva a cerrar.

Un placer volver a leer tus escritos.

Malgastar esfuerzos dijo...

Pues sí, señorita María Teresa, eso es lo que seguramente hará mi estoico protagonista, temeroso de lo que hay afuera.
Un saludo.