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martes, 15 de marzo de 2011

La prudencia.


Las rosas colocadas por mi madre se han abierto como corazones enfermos. Pero tanto, que apenas tardarán un día o unas horas en rendir sus pétalos a la superficie de la mesa, a los pies del florero chino. Sé que está amaneciendo porque el guardián hace sus ruidos guturales con estruendo, porque el sueño de las rosas de mi madre lo he recordado, porque blasfemo al salir el sol y despotrico contra lo efímero, contra todo lo que necesita angarillas y obituarios para existir. Y en esto que asoma sus belfos con rinconeras de saliva reseca en las esquinas y me advierte, el guardián, Prudencia, sé prudente, desgraciado. Que un ser tan zafio y repulsivo me espete de esa forma un consejo no dejará de inquietarme durante un buen espacio de tiempo, perro flaco, ojos amedrentados y uñas sucias. Sé que no debo apasionarme, de hecho, hace décadas que abandoné toda pasión, mi espíritu se elevó a cotas insospechadas, también mi infelicidad, valga decirlo. Eso es otra materia para analizar. Ahora, la prudencia, esa virtud perfilada por la razón, vestida de cautela, sosegada y lustrosa, y acaso mutiladora de aventuras y descubrimientos... Hoy no es más que precaución. Una mayúscula con rabos rizados, eso es la prudencia hoy. El verbo triste, rígido, con horma de lejanía y corsé, cenceño como la memoria de una hormiga. Me bastaría salir fuera y entregarme a la luz, unir los pétalos que en el sueño se desprendían mudamente de la corola. Pero, oh, la prudencia me invita a contenerme, una vida inútil como la mía sometida a la tiranía de la prudencia, los hombres repulsivos atentos al menor movimiento, y me pregunto, ¿de dónde se saca la ilusión del ánimo si uno está ya condenado desde el principio? Y lo sabe. Lo sé. ¿Dónde se coloca la derrota ya asumida? La vida nos desprecia desde siempre, pero nos acostumbramos sin esfuerzo a ser, a reunirnos, reírnos, comer, copular, sufrir catástrofes, etcétera. La prudencia nos priva de alegrías y nos libra del murmullo del dolor. Supuestamente.

2 comentarios:

Diva Calva dijo...

Supuestamente la aventura es excitante.

Malgastar esfuerzos dijo...

Y engendrar una idea de aventura lo es más, lo es hasta el orgasmo... y yo sin ganas de ganar. Estar atrapado es lo que tiene, no puede uno salir y lanzarse a los abismos. Ji.