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domingo, 17 de febrero de 2008

Ezra Pound.


EZRA POUND O EL BRUTAL CASTIGO DE UN SUEÑO



Como es bien sabido, los así llamados americanos han tratado a sus presos, de forma secular, con una saña implacable. Mucho más cuando éstos han sido considerados reos de alta traición, y actuando fuera del territorio estadounidense han urdido contra su propio país. Así le ocurrió a Ezra Loomis Pound, poeta y crítico nacido en Hailey, Idaho, en 1885, abanderado de la escuela Imaginista, corriente que trata de dar las imágenes más espontáneas e inmediatas de la vida.
Pound llegó a Italia con poco más de veinte años, los bolsillos vacíos y la cabeza llena de ideas e imágenes. Se instaló en Venecia. Pronto, gracias a su altruismo y a su vasta cultura, creció y se extendió su fama. Estuvo siempre al lado de los artistas jóvenes, como muy bien apuntó Hemingway en unas memorias: “Los defiende cuando los atacan, los mete en las revistas y los saca de la cárcel. Les presta dinero. Les vende los cuadros. Les presta dinero. Les arregla conciertos. Escribe artículos sobre ellos. Los presenta a mujeres ricas. Les busca editores a sus libros. Pasa las noches con ellos cuando se están muriendo y asiste a sus testamentos. Les paga por adelantado el hospital y les disuade del suicidio.”
Pero Ezra abrigaba un sueño, un extraño sueño económico: el Crédito Social. Una nueva economía libre de usura. Pensó que en el fascismo de Mussolini se podría realizar ese sueño. Los partisanos que detuvieron y esposaron y entregaron a Pound a las tropas americanas cerca de Pisa, no conocían, seguramente, a Pound por sus versos, sino por las encendidas, iracundas charlas radiofónicas que dio por Radio Roma en defensa del fascismo obrero y contra la poderosa oligarquía americana y la banca judía. Ese fue su delito, y por ello fue tratado de la forma más vergonzante, con el mayor de los menosprecios. Tenía sesenta años.
Fue encerrado en una prisión militar en las cercanías de Pisa y confinado en una de las así llamadas celdas de la muerte. Mientras otros prisioneros recluidos en sus jaulas disponían de lonas para protegerse de las inclemencias de la noche o durante los días de lluvia, Pound no tuvo ese privilegio y su jaula permanecía iluminada por los focos toda la noche, pues se había dado orden de no perderle de vista en ningún momento. Tres semanas permaneció en esas condiciones devastadoras. Llegó a tener los ojos irritados por los focos nocturnos y el fuerte sol del mediodía, desarrollando síntomas de amnesia parcial, desorientación y claustrofobia. Tras esas semanas de tortura fue trasladado a la enfermería de la prisión militar, donde podía usar, incluso, una máquina de escribir.
Trece años después, en 1958, acaba la persecución contra Ezra Pound. Ese año sale del hospital psiquiátrico para enfermos peligrosos de Washington. Allí permaneció en una celda herméticamente cerrada de sólo dos metros cuadrados, de la que no salió apenas, y sólo los últimos años a algunas horas de algunos días, a pasear por los jardines del manicomio. Y allí tradujo desde Confucio hasta Sófocles, y continuó los Cantos, que adoptaron el nombre español de Cantares, y que había comenzado escribiendo en la crueldad de aquellas jaulas primeras y sobre el papel higiénico que la compasión de algunos soldados le había suministrado.
Los Cantos de Ezra Pound, su gran obra, se consideran como la última epopeya de la literatura universal, comparable a la Ilíada o la Divina Comedia. Leer a Pound no es sólo leer poesía, es uno de los recorridos más originales y completos que pueda hacerse por la historia del ser humano. Murió en Venecia, en 1972.
En estos últimos meses, los así llamados americanos, siguen cometiendo las mismas atrocidades con los presos que caen en sus garras destructoras. Ahí están las imágenes de los confinados afganos en Guantánamo, enjaulados y envilecidos de forma brutal en contra de la más mínima decencia moral, privados de sus derechos, deshumanizados hasta extremos aniquiladores, haciendo del embrutecido rostro de la barbarie el ídolo más abyecto y triste. Han pasado sesenta años y la imagen de Ezra Pound sigue colgando de una jaula. Los sueños cuestan caro, a veces. Y se paga el tributo de la pesadilla.

2 comentarios:

Persio dijo...

Pobres terroristas afganos, no sé si entristecerme o qué.

Lástima que la piedad no alcancé al régimen que montaron en su país.

Lástima que los americanos lo desmontaran, como desmontaron el fascismo en Italia. O el nazismo.

Qué lástima.

Pound fue un poeta grandioso. Pero de política, poquito.

Malgastar esfuerzos dijo...

No se equivoque: yo no defiendo el fascismo ni el terroristo. Por eso mismo tengo mis dudas sobre la política que llevan a cabo los estadounidenses, sobre todo a nivel internacional, política que, como se ha demostrado en Irak, lo único que hace es exarcerbar los ánimos y generar más violencia. De todos modos, gracias por su comentario.
Un saludo.